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viernes, 25 de mayo de 2018

Necesitamos etiquetas

Los humanos somos animales de costumbres. O bueno, quizá debería decir que los humanos somos animales de, mayoritariamente, malas costumbres a las que además nos es tan fácil acostumbrarnos como llegar a acostumbrar a otros cuando las practicamos.

No va a ser nada nuevo que vuelva a admitir que cada vez me siento más ajena y más diferente a esta sociedad, pero nunca está de más volver a recordarlo cuando además, no paramos de ver en la televisión, en nuestro barrio o incluso en nuestra propia familia, comportamientos que nos hacen avergonzarnos de la raza a la que pertenecemos.

Y la verdad, no sé por qué me sorprendo tanto, porque a pesar de que a veces me sienta muy mayor (y conste que no estoy diciendo madura, sino mayor) al lado de determinados pensamientos, soy ochentera y en el fondo, los ochenta nacieron "antes de ayer"...

Nos gusta prejuzgar. Nos encanta dar vida a nuestros pensamientos y deducir que si esa chica está embarazada siendo tan joven es porque es una guarra. No pensamos en que fue violada por su padre. No pensamos en que puede aparentar ser joven pero tener más edad que la propia persona que juzga al tener a sus propios hijos. No pensamos. Sólo decimos. Y actuamos. Y yo estoy harta y me avergüenzo.

Yo limito que las personas me puedan llegar a conocer en la medida en que me es posible. No publico fotos, no me gusta decir dónde vivo, cómo se llaman mis padres, cuáles son mis ideas, mis pensamientos y mis problemas. De vez en cuando me desahogo por aquí, por medio de las redes sociales que para nuestra suerte o nuestra desgracia ya forman parte del día a día o simplemente lo echo a la mochila ya más bien repleta. Y aún así he sido juzgada. Millones de veces. Como todos. Se ha juzgado mi personalidad, mi físico, mi mentalidad, mis problemas... Se me ha juzgado tanto por cosas reales como por circunstancias que nunca han pasado, pero eh, eso da igual, lo importante es inventar una vida paralela a la real, para darle más sentido a lo que piensas que no a lo que es, esa realidad. Y estoy harta.

Pero es que incluso cuando no me juzgan directamente a mí, pero sí acciones, momentos o emociones que yo tuve, he tenido o podría llegar a tener, me doy por aludida y me vuelvo a sentir harta de ser metafóricamente juzgada de nuevo.

Sé que lo que voy a decir no es políticamente correcto, pero es terriblemente veraz. Como digo, siempre me he sentido juzgada con cada paso que intento ¿avanzar? a lo largo de mi vida y supongo que el efecto de limitar las muestras físicas ayuda a esto, me han juzgado mucho por mi personalidad.  No soy rencorosa, pero sin saber por qué, mi mente retiene más cantidad de información en algunos aspectos de lo que suelen hacerlo las mentes denominadas "normales" (me pasa también con los objetos, las calles, los detalles y en cambio nunca-nunca llegaré a recordar bien una cara...). De algunas personas recuerdo frases literales que me dijeron, unas a modo de ataque, otras a modo de supuesta ayuda y otras porque les venía bien ese día. Ataques por mi personalidad, que si no recuerdo mal, todos tenemos una y la de ninguno es perfecta. Y mi mente incluso ha estado a punto de implosionar (o quizá lo haya llegado a hacer y por eso tanto jaleo) al ver el doble rasero de algunas personas. A todos se nos llena la boca (o más bien el Facebook) a la hora de defender lo comprensivos que debemos ser con las personas autistas, por poner un simple ejemplo. Y no hay nada que me parezca más noble que eso, de hecho ya era hora de que nos diésemos cuenta de que las enfermedades, síndromes y trastornos mentales están ahí, son parte de nuestro día a día y merecen ser tanto comprendidos como tratados. Pero supongo que muchos lo hacen porque queda bonito, porque queda bien y nos deja en muy buen lugar... La práctica es otra historia, nos falta "la etiqueta". O al menos la etiqueta "real", porque siempre puedes ser el: raro, antisocial, tonto, falto, loco, sangre de horchata y me ahorraré poner adjetivos que sean más dañinos de lo que estos pueden llegar a serlo. Cuando no te han diagnosticado o no has publicado en todas y cada una de las redes sociales que estás diagnosticado; pero por algún capricho de la vida tienes aspectos similares a los de este trastorno y no te has/han etiquetado, puedes ser vejado mentalmente de la manera más cruel que le apetezca a cualquier susodicho en cuestión. ¿De verdad hacen falta etiquetas? ¿De verdad podemos tratar a una persona de manera "no demasiado adecuada" y cuando nos confirmen la etiqueta seamos todos súper comprensivos colaboradores con la causa? Ah, bueno, es que no sabía que tenías este problema, ahora ya te voy a tratar de manera diferente a como te trataba antes. No sé, ¿gracias? ¿Por qué cuando una persona tiene depresión -diagnosticada- se puede (y de hecho de debe) ser comprensivo, pero si no estás diagnosticado, sólo estás triste y eres un pesado con tus problemas y tus ralladas (ergo es tu culpa)? Eso sales y se te pasa. ¿No podría ser una depresión sin diagnosticar? ¿Somos menos importantes si no hemos pasado por las manos de una persona que nos dé una confirmación (o no)? ¿Y los problemas? ¿Son menos, más o igual de importantes? ¿Por qué una ama de casa no puede tener ansiedad y un empresario tiene "todo el derecho"? ¿Un rico no puede tener problemas porque todo se paga con dinero? ¿Puede ser verdad lo dicen de que a una persona con fobia social "se le pasa" saliendo hasta que se acostumbre o esto es sólo el resultado de lo mucho que nos gusta quedar bien y tanto o más que nos cuesta ayudar o llegar a comprender a otro ser humano?

¿Por qué necesitamos las etiquetas?

jueves, 17 de mayo de 2018

Probando... Ariel 3en1 PODS

¿Os apetece poner unas cuántas coladas repletas de ropa sucia? Vale, quizá no es la mejor forma de animar al personal a leer la entrada, pero a lo mejor puedo contaros algunas cosas que no conocías a la hora de poner la lavadora y sobre todo, a la hora de ponerla con las cápsulas de Ariel 3en1 PODS.


¿De dónde viene el nombre de 3en1?
Fácil, Ariel 3en1 contiene tres ingredientes en una sola cápsula, o lo que es lo mismo, 3 en 1.

Una vez conocemos esto, estaría bien saber qué función tiene cada uno de los líquidos que tiene la cápsula. El primer espacio está relleno con detergente concentrado. El segundo hueco contiene el quita manchas que creo, no hace falta especificar cuál es su función. Por último tenemos el agente revitalizador para ayudarnos a mantener nuestro ropa en el mejor estado posible, rejuveneciendo la ropa desde el primer lavado y durante más tiempo.


¿Y por qué en una cápsula?
Aunque parezca que no, que este detergente venga presentado en una cápsula tiene un montón de ventajas, por ejemplo...

Actualmente se comercializa con un nuevo y mejorado film exterior que se disuelve un 30% más rápidamente incluso en las temperaturas más bajas. 
También obtenemos un triple ahorro: en tiempo, detergente y espacio. En cuanto al tiempo invertido, vamos a conseguir una actuación más rápida de los ingredientes activos. El formato cápsula hace que  siempre logremos una perfecta dosificación con la dosis justa, ya que una sola cápsula es suficiente para cargas de hasta 5kg. de ropa. Y siempre ocupará menos que una botella completa de detergente y será más cómodo que calcular la dosis en un cacito.

Desde Ariel nos indican también que es un producto responsable con el medio ambiente, dos veces más concentrado, 80% menos de consumo de agua en su producción, 8% menos de envase por cada uso y 25% menos de camiones por carretera gracias a la eficacia en el transporte (comparando con otros detergentes líquidos).


¿Cuál es el modo de empleo aconsejado?
Sobre todo debemos tener en cuenta unas recomendaciones básicas antes de poner nuestras coladas. Lo primero será conservar el producto en un lugar fresco y seco que esté lejos del alcance de los niños. Si en nuestra casa hay niños pequeños, debemos guardar el detergente en un lugar que no puedan alcanzar los pequeños, cogerlo para poner la lavadora y volverlo a dejar en el mismo sitio para no dar la oportunidad a que ocurra ningún accidente. Sabemos que esto es más bien lógica, pero nunca está de más recordarlo. Si aún así tuviésemos algún tipo de problema y olvidásemos volverlo a colocar en un sitio alejado, los cajetines donde se almacenan las cápsulas vienen con unas pestañas de seguridad para dificultar la apertura a los niños pequeños. ¡No olvidéis cerrarlas!
Debemos separar los colores blancos del resto. Supongo que casi todo el mundo lo hace ya -al menos a los que nos gusta conservar el color original de las prendas y no innovar con el tie dye en versión casera- pero... Y de no hacerlo, hay varias opciones como las famosas toallitas que atrapan el color, o en el caso de Ariel, una variedad que ayuda en este tipo de casos (luego os lo mostraré).
Y algo también muy importante: SIEMPRE-SIEMPRE debemos manipular las cápsulas con las manos secas, ya que como dije antes, el film exterior se disuelve al contacto con el agua.

Dejemos las advertencias de lado y vayamos a lo que interesa, ¡poner la lavadora!

Lo primero sería poner la cápsula en el fondo del tambor y después la ropa encima (excepto seda y lana). Así podemos asegurar su correcta y completa disolución aparte de evitar también pérdidas de detergente en las tuberías de la lavadora. La verdad es que, a modo personal, me gusta especialmente que sea tanto formato cápsula como componentes líquidos, porque alguna vez nos ha pasado en casa poner una lavadora con un detergente en polvo y que toda la colada saliera llena de grumitos del polvo del detergente aún sin diluir.


¿Qué variedades nos ofrece en el mercado Ariel 3en1 PODS?
Tenemos cuatro variedades entre las que están:
Ariel 3en1 PODS Regular. Para deshacernos de las manchas más resecas y ayudar a conservar nuestra ropa como el primer día y durante más tiempo.
Ariel 3en1 PODS Color & Style. Esta es la variedad de la que os hablaba antes, la cual contiene ingredientes que protegen los colores para que se mantengan radiantes por más tiempo.
Ariel 3en1PODS Sensaciones. Que integra una tecnología de microcápsulas para liberar frescor al tacto incluso tras 12 horas de uso. Tendríamos que probar esta en casa, ya que al no tener terraza donde poder tender nuestra ropa a secar, podría ser interesante eso de que se mantuvieran frescas al tacto durante tanto tiempo...
Ariel 3en1 PODS Alpine. Con un perfume que aporta sensación de frescor -quizá esta tampoco vendría mal probarla- para sentir tu colada siempre limpia.


Y para terminar, os dejo también una pequeña opinión personal del producto. Debo confesar que sólo he probado este detergente en una ocasión desde que me lo enviaron (y mi opinión de esta única vez es totalmente satisfactoria), pero también he de decir que ya lo habíamos probado con anterioridad en casa alguna vez ya que habíamos comprado un cajetín con algunas cápsulas antes de esta prueba. Ya digo que tanto en aquella primera prueba como en esta segunda, el resultado ha sido muy bueno. La cápsula ha desaparecido totalmente y sin dejar restos al recoger la colada (lo cual es importante), ha eliminado por completo todas las manchas (aunque en casa exceptuando a mi madre somos bastante curiosos, pero ya se sabe, cuando cocinas el aceite salta, el líquido se vierte y siempre tienes el típico lamparón en la ropa que no sabes de dónde ha salido) y el olor perdura por mucho tiempo. Según vayan pasando los días y podamos ir probando su eficacia en distintos tipos de manchas, en la ropa de después de practicar ejercicio, en materiales nuevos y no tan nuevos e incluso re-lavando la ropa del cambio de armario que hagamos próximamente (¡primavera, aquí te espero!) podremos afianzar también una impresión más acurada.

Por mi parte, nada más que añadir, ¡nos vemos en la próxima prueba de productos! (¡Por favor, que sea un colchón o unas vacaciones en el Caribe...!). 🌴

sábado, 12 de mayo de 2018

No puedo

No puedo.


Ale, ya está, ya lo he dicho. No puedo. Y no me ha dolido. Ni siquiera un poquito. Más bien al contrario, ha sido una liberación. No puedo hacer muchas cosas y no me siento me debería sentir mal al decirlo.

Tenemos mucho miedo de admitir que no podemos hacer algo, porque tanto la sociedad como el qué dirán (que en el fondo va asociado a eso, la sociedad) nos tiene muy inculcado en la mente que decir que no puedes es sinónimo de fracaso, de perdedor, lo contrario de lo que está bien visto como sería ser un luchador, de ser un flojo y hasta quizá, un vago. Y yo creo que no es así. Ser capaz de llegar a darte cuenta de que no puedes hacer algo puede ser también síntoma de inteligencia, de conocerte a ti mismo y de ver cuáles son tus características, tus cosas buenas y las no tan buenas y sobre todo, de conocer tus limitaciones.

Tengo la firme convicción de que nos negamos a decir el 'no puedo', pero prácticamente no sabemos por qué. Y muchas veces fracasamos. Pero no fracasamos porque seamos peores (o ya sabéis, más flojos, perdedores, fracasados...) sino simplemente porque es normal hacer cosas mal en la vida. Es normal cometer errores. Cometer errores es de humanos; rectificar y reconocerlos, de sabios. Y de hecho creo firmemente en eso, en que reconocer nuestros errores, nuestros fracasos y nuestros 'no puedo', nos hace un poco más sabios.

Hoy en día, cuando tenemos hijos, sobrinos, familiares o amigos, especialmente de edades tempranas;  les inculcamos que siempre van a ser lo que quieran en la vida. Les decimos que podrán hacer y ser todo lo que desean con esfuerzo y constancia. ¿Que quieres ser bombero? ¡Bien! ¡Podrás lograrlo! ¿Químico? ¡Claro! Siempre si estudias mucho. ¿Futbolista famoso, cantante de éxito y profesor de literatura al mismo tiempo? Por supuesto... Y les metimos. Les mentimos porque aunque sí es verdad que a muchos les hace ser más fuertes, tener un espíritu más competitivo y les puede alejar esa tentación de rendirse; muchos otros descubren con el tiempo que no pueden lograrlo todo. Incluso aunque se esfuercen, aunque pongan todas las ganas que tengan, toda su energía e incluso todo su dinero. Hay metas, o quizá llamémosles sueños, que no se pueden lograr. ¿Conocéis un poco, aunque sea de refilón, la cultura asiática? A decir verdad, tiene muchas cosas dignas de admiración, desde el respeto a los demás, hasta la delincuencia, pasando incluso por la alimentación. Pero también hay cosas en las que a mi parecer, fallan. En la educación escolar se les presiona desde que son muy pequeños para que sean competitivos, para que sean los mejores, porque el que no compite desde la infancia, no se asegura el éxito. Crecen creyendo que esto es así, pasan su vida compitiendo, peleando por ser los mejores. Y como bien decía mi bisabuelo, siempre existirá alguien que te gane y te supere. En cualquier aspecto de la vida, siempre lo habrá. Por esta competitividad, esta presión, esta intensidad tan cansina y por el reconocimiento más tarde de ver que realmente no son los mejores, algunos asiáticos pueden llegar a sentirse inferiores, deprimirse e incluso caer en problemas más graves como son los conocidos hikikomori. Ellos sienten que el nivel y la exigencia son tan altos, que no se ven capaces de hacerse un lugar en esa sociedad y prefieren encerrarse en una cárcel voluntaria como sería su propia habitación, para no tener que rendir cuentas a los que esperan algo más de ellos como la sociedad y su propia familia. Como afirmaba antes, cada persona con las mismas circunstancias exactas puede reaccionar de maneras totalmente diferentes. Igual que a un futbolista le puede hacer más fuerte que le insulten cuando está en el campo, otro puede irse muy mal a su casa si le sucede lo mismo.

Pero con todo esto no quiero que me entendáis mal. Creo que está muy bien hacer soñar a los niños -y a los que no somos tan niños- con alcanzar sus metas, o en su defecto, con rozarlas con la punta de los dedos. Pero igualmente opino que deberíamos contarles que existen unas determinadas circunstancias en las que todo suele basarse, que existe tanto la buena como la jodida mala suerte y que todos y repito, todos, tenemos limitaciones. Cristiano Ronaldo y Messi son dos de los mejores futbolistas del mundo. Pero ni siquiera a ellos se les puede asegurar, por ejemplo, que van a jugar al más alto nivel y en los equipos más top hasta los 55 años. Esto es así, es una limitación y si hasta ellos, los dos mejores jugadores del fútbol actual tienen limitaciones e incluso tienen limitaciones en su terrero, el futbolístico, ¿cómo no las vamos a tener los simples mortales?

Aún con todo, si aún veis algo restrictivo el empezar a poner límites (aunque en realidad no los ponéis ni vosotros ni yo, sino las circunstancias y otra serie de extras) a  la gente desde que son niños, os diré que el problema no es hablar con realismo de las limitaciones, sino rendirse. Si no hay un 100% de posibilidades de que yo no sea el día de mañana una afamada cantante de la talla de Celine Dion o Christina Aguilera (me podría poner aquí a nombrar grandes voces del estilo y no acabaría nunca), poco le falta; pero si mi sueño es ser cantante no me debería rendir nunca. Estaría bien apuntarse a clases, educar mi oído, esforzarme, quizá también comprar un instrumento musical que me ayude con el tema, un libro que lo explique, un cd para obtener aún más práctica y... Probablemente nunca llegue a la suela del zapato a este tipo de grandes voces, pero pueda ser cantante. Es probable que no haya conseguido mi sueño de manera íntegra (conste que con este ejemplo hablo de forma figurada que nos conocemos...). Puedo ser una cantante de buen nivel, puedo ser una cantante normal pero que exprese mucho con la música o puede ser que simplemente deje de cantar como una chirla para simplemente entonar, pero estaré mucho más cerca del sueño que si simplemente no lo hubiese intentado.


Creo que la moraleja del cuento está bastante clara, no es malo decir que no puedes hacer algo, lo malo es rendirte.